Llegar a Bruselas fue descubrir que la amabilidad de los belgas en ocasiones brilla por su ausencia. Sobre todo si no te diriges a ellos en su idioma. Para encontrar el albergue juvenil tuve serios problemas y tuve que soportar como los viandantes me ignoraban mientras intentaba con el mapa en la mano que alguien me indicara la dirección correcta. Al final, estaba justo al lado, pero nadie se dignó a indicarme.
Tras este mal comienzo, tengo que decir que la ciudad es preciosa. La Grote Markt, la gran plaza, es muy grande y estar allí, mirar a tu alrededor y disfrutar del entorno es una sensación maravillosa. Estaba llena de gente, y los edificios que rodean la plaza son realmente impresionantes.
Alrededor hay calles comerciales, el famoso símbolo belga (el niño meón), calles llenas de restaurantes de todo tipo, etc. Pasear por esas calles fue un poco agobiante sobre todo pasar a la hora de la cena por la calle de los restaurantes porque a cada paso, un camarero me asaltaba proponiéndome un menú o invitándome a sentarme en su terraza. Muchos de ellos intentaban llamar mi atención hablando en todos los idiomas posibles, en ese absurdo intento por hacerse entender.
Bruselas es también la ciudad del comic, y prueba de ello son los múltiples murales que hay por las calles de la ciudad.


No te puedes ir de Bruselas sin probar sus famosos bombones y chocolates, para ello te recomiendo las galerías comerciales que hay en el centro, donde los escaparates, con una cuidada decoración, te invitan a entrar en un mundo lleno de dulces sabores.

Tras una visita rápida a la capital belga, mi pasos se dirigieron a Brujas…una ciudad de cuento.