Os invito a subir conmigo los más de 300 escalones que tiene la torre de la Niewe Kerk, (Iglesia Nueva) de Delft. En esta iglesia se ha casado parte de la familia real holandesa y desde su torre se puede ver a varios kilómetros a la redonda, ciudades, bosques e incluso el mar.
Ochenta metros de altitud que se dividen en tres tramos diferenciados. De ladrillo rojizo el primero de ellos, de tonos blanquecinos el segundo tramo de la torre y finalmente, la parte negra.
El ascenso por el interior de la torre se convierte en una aventura, por estrechos tramos, donde sólo se puede continuar subiendo, sin permitir la posibilidad de dar la vuelta o detenerse.
En el primer tramo, los escalones son de madera, mientras que en otros son de piedra, en algunas zonas, atravesados por enormes puntales de hierro que fortalecen la estructura y le aportan una mayor seguridad.
Al llegar al final del tramo de ladrillo rojizo, encontramos una sala donde podemos ponernos de pie y contemplar mientras recobramos el aliento, el mecanismo interno de uno de los relojes junto con las campanas del carrillón.
Llegados a este punto, es posible salir al exterior por unas pequeñas puertas, accediendo de esta forma a un pequeño y estrecho corredor alrededor de toda la torre. Desde aquí podemos ver la ciudad a nuestros pies y la vista se pierde en el horizonte, contemplando La Haya al fondo o la Vieja Iglesia (Oude Kerk) de Delft.
A continuación, emprendemos la segunda parte de la subida por un hueco cada vez más estrecho y una escalera de caracol cada vez más cerrada.
Al llegar a la parte superior de la zona de ladrillo blanco, de nuevo se nos permite salir al exterior. Desde esta altura las vistas son espectaculares. Podemos ver la plaza principal, con el viejo edificio de la bolsa al fondo y las torres y cúpulas de la Iglesia.
En el interior, la sala nos ofrece el inmenso mecanismo del reloj de la torre, con su enorme péndulo dorado siguiendo un rítmico compás. Si permaneces en la sala el tiempo suficiente, puedes ver como se mueven las cuerdas y los engranajes y, al momento, oír como tocan las campanas.
Con un último esfuerzo, alcanzamos la parte más alta de la torre, casi a ochenta metros de altitud, donde una estrecha escalera de caracol nos da paso a un corredor exterior también estrecho, donde el viento sopla con más fuerza pero, donde las vistas son un regalo a tanto esfuerzo.
Bajo nuestro ojos, una bonita ciudad de tejados rojizos, canales y calles tranquilas. En el horizonte, a 13 km La Haya.
Una visita, sin duda, diferente y original que te permite descubrir unas magníficas vistas.
Si te ha gustado subir a la torre de Delft, te recomiendo otras de ciudades holandesas como Groningen.