Nos esperaba un estupendo viaje en coche desde La Haya hasta Groningen, ciudad situada al norte de Holanda. Nos levantamos bastante temprano para llegar a nuestro destino a media mañana. Son dos horas y cuarto de viaje, atravesando verdes campos llenos de vacas, ovejas y caballos, canales y lagos, granjas y cultivos de maíz, y pequeños pueblecitos con la arquitectura típica de cada provincia o zona.
El día amaneció con niebla baja que hacía del paisaje un postal, con el sol acentuando los matices de una mañana húmeda pero soleada.
Siguiendo las instrucciones del navegador, llegamos a Winsum, un maravilloso pueblecito con varios molinos y lleno de canales. Allí era un día festivo, ya que la localidad formaba parte de la Gran Ruta de una caminata organizada entre varias ciudades y que contaba con cientos de participantes de todas las edades.
Por este motivo, en los canales de Winsum se celebraban competiciones infantiles de barcos teledirigidos, concursos de equilibrio (pasar en bicicleta por una tabla ubicada entre dos barcos, el que pierde el equilibrio cae al agua), y mucha música con coros en directo.
También había una pequeña carpa con degustaciones de productos típicos de la zona. En ella pude probar quesos, pannenkoeken hechos con harina de trigo de una variedad muy antigua, licores, salchichas, embutidos y una nueva bebida elaborada con chocolate y vino tinto, una extraña combinación que no me gustó nada.
Por la noche, en los canales del pueblo se realizaba un concurso de embarcaciones decoradas con luces y se premiaba a la mejor adornada y a la más original. Había gran expectación en la orilla del canal principal, por donde fueron pasando todos los participantes. Algunos barcos eran pequeños pero su iluminación muy original, como este ejemplo, en el que se representa un puente de madera emblemático del pueblo, denominado Puente de los “Bebedores de Ginebra”. Otros, sin embargo, llevaban a bordo a una banda de música que tocaba alegres canciones al pasar.
Fue un día estupendo, el ambiente de celebración que se respiraba en el pueblo me sorprendió y me encantó. Los holandeses son famosos por ser bastante hogareños y poco dados a fiestas populares, sin embargo, en este día festivo pude vivir una celebración típicamente al estilo holandés, donde la música alegraba las calles, previamente decoradas con banderines de colores, y donde niños y adultos participaban, algunos disfrazados.
En poblaciones pequeñas, donde todo el mundo se conoce, este tipo de eventos se convierten en una fiesta “familiar” donde todos los vecinos participan y todos disfrutan del ambiente y de la celebración.