Playas infinitas de arena fina y dorada, así son las costas gaditanas. Nuestro segundo día de vacaciones (Leer post anterior: Faro de Trafalgar) lo íbamos a dedicar a ir de playa en playa. Primero fuimos a La Barrosa (Chiclana de la Frontera), una playa kilométrica (unos 8 kilómetros de distancia de un extremo a otro), que invita a pasear por su arena suave y fina, a bañarse en sus cristalinas aguas y a jugar en las olas sin miedo a las zonas profundas ya que los bañistas se pueden adentrar en el océano sin que el nivel del agua supere el nivel de la cintura durante metros.
A poca distancia encontramos el Castillo de Sancti Petri que se alza en una pequeña isla a escasos metros de la costa.
Tras pasar la mañana disfrutando de esta paradisíaca playa, entre baños, juegos y ratos de relax bajo el sol, decidimos cambiar de playa, y no precisamente porque no se estuviera bien allí, sino porque queríamos exprimir al máximo nuestro día de playeo por la costa de Cádiz.
Así que dirigimos nuestros pasos hasta Conil de la Frontera y desembarcamos en la Playa de los Bateles, mucho más concurrida que la de La Barrosa, quizás por la hora (media tarde).
El paseo marítimo de Conil de la Frontera está separado de la zona de arena de la playa por una zona verde, llena de vegetación, que transmite un aspecto distinto y fresco a la costa. Para acceder a la playa hay varios puentes de madera distribuidos a lo largo del paseo, donde a esas horas vendedores y trabajadores se afanaban en acondicionar los puestos de madera que durante las noches de verano darán luz y color a la zona.
La Playa de los Bateles también se extiende durante kilómetros, dando la sensación de que toda la costa gaditana es una sucesión de playas sin apenas interrupciones salvo las propias de la orografía.
Como aún era pronto y tras darnos el oportuno y más que recomendable baño en sus aguas, dejamos la playa de Los Bateles para seguir bordeando la costa en busca de la playa El Palmar (Vejer de la Frontera), muy próxima a nuestro camping.
Y al llegar, he de decir que me impresionó. Cruzar la zona de las dunas, acceder a la inmensa playa por uno de los múltiples puentes de madera y llegar a tocar el agua salada que invitaba a no irse de allí fue una sensación muy gratificante.
Estaba cayendo la tarde, y decidimos pasear a lo largo de la playa en dirección a unas rocas y una torre de vigía que se alzaba a mano izquierda.
Allí subidos a las rocas, una veintena de pescadores probaban suerte lanzando sus cañas con una asombrosa maestría, tanto hombres como mujeres y niños. Y no les iba nada mal la tarde ya que en el largo rato que permanecimos allí, embobados, viendo las diferentes técnicas y útiles que utilizaba cada uno de ellos, vimos más de una captura, alguna de ellas de gran calibre.
Disfrutamos del inminente atardecer jugando en la arena, haciendo divertidas fotos saltando, cogiendo arena para la colección ¿verdad Aly? y escribiendo mensajes que se iban desdibujando con las olas caprichosas al tiempo que dibujábamos nuestro camino lleno de pisadas sobre la arena húmeda.
Y así, dejando tras de sí nuestras huellas, nos encaminamos de nuevo hasta el Camping de Caños de Meca. Tocaba barbacoa y había hambre. Además, al día siguiente nos esperaba Cádiz, la ciudad de la luz.
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Resumen gráfico de la zona de costa que recorrimos durante nuestra segunda jornada en la provincia de Cádiz.
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