El templo de la montaña, Chiang Mai

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Wat Phra Doi Suthep o Templo de la Montaña, Chiang Mai.

Toca levantarse temprano para aprovechar un día que promete ser magnífico y lleno de experiencias nuevas.

Nuestro primer destino es el Templo de la Montaña (descubre más) que a primera hora de la mañana está tranquilo y luce maravilloso bajo los primeros rayos del sol. Vemos muchos monjes que se afanan por ir a recoger comida y ofrendas por los alrededores del templo e incluso por la ciudad.

Es una cultura tan diferente que nos invita a preguntar a nuestra guía Nisa acerca de las tradiciones y las costumbres de los monjes budistas. Resulta muy curioso conocer un poco más en profundidad su día a día.

Wat Phra Doi Suthep o Templo de la Montaña, Chiang Mai.

Es un templo precioso, dorado, con cientos de esculturas de Buda en sus diferentes posiciones. La ausencia de otros grupos de turistas nos permite recorrerlo en total sosiego y paz, respirando el ambiente sereno que transmite el propio templo y los monjes que allí podemos ver.

Tras realizar una ofrenda económica para ayudar a la conservación y rehabilitación del templo, somos bendecidos por uno de los monjes que nos dedica unas palabras de buenos augurios y protección mientras nos salpica agua perfumada y sagrada. Es bonito participar en ese ritual, dentro de la sala del templo, frente a una gran escultura de Buda sentado. Después realizamos otros rituales de buena suerte donde pudimos pedir un deseo mientras regábamos con agua perfumada una pagoda de dorada, en representación de la gran pagoda que preside el templo. Y tuvimos la oportunidad de pedir, cada uno a la figura de Buda que le representa según el día de su nacimiento, protección y buenos deseos, avivando la llama de aceite de su pebetero.

si caminas hacia el mirador del templo se puede ver, los días claros y despejados, la ciudad de Chiang Mai a los pies de la montaña, pero el día que nosotros lo visitamos había niebla y no pudimos apreciar las vistas. Así que emprendimos el camino hacia los microbuses, que nos esperaban en la parte más baja del recinto del templo, para permitirnos de esta manera dar un bonito paseo bajando las largas escaleras en forma de serpiente.

A la mitad de las escaleras, unas preciosas niñas vestidas con su trajes tradicionales y maquilladas como pizpiretas muñecas, esperan a la bajada de turistas que irremediablemente caen prendados de ellas y de su resuelta simpatía. Es casi imposible no querer hacerles una foto y ellas, a cambio de unas cuantas monedas, se ofrecen gustosas a posar delante de cámara, a sentarse junto a ti o incluso a abrazarte.

Tan dulces y sin una pizca de inocencia, pueden suscitar más de una crítica si analizamos que son tan sólo niñas y que sus familias esperan varios metros más abajo la recaudación obtenida. Pero sin entrar en comprometidas controversias, hay que decir que nos resultó una pintoresca experiencia estar un rato con ellas sentadas en la escalera, viendo como la mayor no dejaba de comer mientras la pequeña se ganaba a todos los transeúntes con su desparpajo.

Y es que Tailandia, como muchos otros países tiene aspectos controvertidos, como lo es también la visita a los campamentos de elefantes. Nuestra siguiente parada. Hay viajeros que rechazan el uso turístico que se hace de estos animales, sobre todo en el espectáculo que realizan a la llegada al campamento y optan por actividades menos intrusivas como bañarlos en el río, dejando de un lado la opción de pasear a lomos de un elefante.

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Sin embargo, allí nos explicaron que los elefantes no sufren con las actividades ni con los paseos. De hecho, se han utilizado durante años como animal para cargar y transportar personas y sinceramente creo que si se hace con respeto al animal, no le supone ningún mal.

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Así que entusiasmados con la idea de ver elefantes por primera vez, asistimos al espectáculo inicial donde hacen acrobacias, pintan en lienzos con sus trompas y se les puede alimentar con plátanos y cañas de azúcar y, además, dimos leche a un pequeño bebé elefante que hacía las delicias de todos los visitantes.

Después, nuestro elefante con guía nos llevó, a través del río, al otro lado del campamento para adentrarnos en un magnífico paseo por la selva. Ir a lomos de un elefante resulta algo incómodo, sobre todo porque la silla es de madera, sin mucha o casi nada de sujeción y el balanceo natural del animal al caminar te hace, sobre todo al principio, clavarte en la espalda cada uno de los barrotes del asiento.

Nuestro elefante, pequeño pero rápido e intrépido, no tenía paciencia para ir tranquilamente en fila india tras los demás, e insistía en querer adelantar por el borde del camino, haciéndonos sentir vértigo cada vez que se acercaba. Mientras, nuestro guía nativo, sin habar ni una palabra en inglés, sentado en el cuello del elefante, descalzo, no dejó de estar atento a nuestros pies y al estado de nuestro asiento cada vez que se balanceaba peligrosamente, sobre todo en la larga y empinada bajada al río, ya de regreso de nuestro recorrido por la selva. Fue una experiencia maravillosa, excitante y llena de aventura, que nos encantó.

Después de nuestra experiencia con los elefantes, nuestro siguiente plan era navegar río abajo sobre una barca de bambú. Es curioso ver que las aguas de los ríos en Tailandia mueven mucho sedimentos y van siempre turbias. No sé si en otras épocas del año será diferente pero en mayo todos los ríos que vimos y sobre los que navegamos estaban igual.

Nuestro guía sobre la barcaza de bambú era un nativo de una tribu conocida por sus dientes rojos. Ese curioso color se debe a la costumbre que tienen de masticar una pasta hecha con raíces. (Conocer más acerca de las tribus en Tailandia). Era un chico encantador que hizo el recorrido ameno permitiendo que incluso algunos de los ocupantes de la barca pudieran guiar el rumbo utilizando una larga caña de bambú.

Fue un largo recorrido, tranquilo y en silencio, por las apacibles aguas del río, que invitaba a reflexionar y a admirar el paisaje rodeado de montañas y de selva. Parecía un sueño estar allí viviendo todo lo que estábamos viviendo en tan pocos días. Tan intensos en experiencias y tan llenos de nuevas sensaciones.

Al final del recorrido por el río, nos trasladamos en microbus a comer a un maravilloso restaurante buffet con decoración y arquitectura típica tailandesa. Esta situado junto a una granja de orquídeas, donde crecen y cuidan a cientos de varidades de estas fantásticas flores. El clima tropical de Tailandia es perfecto para las orquídeas y se pueden ver en muchos lugares sembradas, adornando patios o en las entradas de algunos edificios. Incluso en algunos de los hoteles donde estuvimos, las utilizaban para decorar la cama cada mañana.

Después de comer y probar deliciosos platos tradicionales, tuvimos tiempo de recorrer la granja de orquídeas y el mariposario. De esa visita me traje unos maravillosos pendientes hechos con pétalos de orquídea.

Cuando llegamos al hotel a última hora de la tarde, tras un largo e intenso día, lo lógico habría sido ¡descansar! pero no habíamos viajado tantos kilómetros para desaprovechar ni un sólo instante. Así que después de un relajante baño en la piscina, fuimos al centro de la ciudad en el servicio de cortesía del hotel y nos adentramos en el bullicioso mercado de los domingos de Chiang Mai. Ese mercado es famoso por tener de todo y a muy buen precio, de hecho, al contrario de lo que ocurre en otros mercados y puestos callejeros en Tailandia, en el mercado de los domingos no se debe regatear ya que los precios son muy rebajados. Aprovechamos para comprar algunos regalos y para buscar algo rico para cenar y es que los puestos de comida te envolvían en cientos de olores cada cuál más apetecible.

Y de repente, se nubló el cielo de un color oscuro amenazante de lluvia y un fuerte viento huracanado se levantó poniendo en peligro los puestecillos que empezaron a cubrirse de plásticos para protegerse de la inminente lluvia. Y así fue, en tan solo unos minutos el viento fuerte dio paso a lluvia tropical que nos pilló fuera de juego. Apresurados compramos comida para llevar y corrimos a las afueras del mercado en busca de un tuc tuc que nos llevara al hotel lo más rápido posible.

En el tuc tuc, recorriendo las calles bajo la lluvia, los dos solos, en la oscuridad de la noche, hubo un momento en el que realmente dudamos de que nos estuvieran llevando al hotel tal y como habíamos acordado antes de subirnos. Al final, en unos minutos estábamos a cubierto en el hall y dispuestos a disfrutar de nuestra deliciosa cena.

Nos despedía Chiang Mai con una tormenta tropical antes de volar a Phuket al día siguiente.¡ Las islas nos esperaban!

Todas las imágenes son originales ©

3 comentarios

  1. Qué casualidad, también he estado en Tailandia y yo creo que exactamente en los mismos sitios que tú. Tengo muy buen recuerdo del templo de la montaña, y un poco peor del parque de los elefantes. De todas formas es un país precioso que merece muchísimo la pena.

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