Londres es una gran ciudad cosmopolita que tiene mucho que ofrecer al visitante. Cuando la visita es corta, de un fin de semana, hay que seleccionar muy bien qué se quiere ver en esa ocasión y qué visitar en próximas escapadas.
Te cuento qué hicimos nosotros en nuestra escapada romántica a Londres en febrero. (Y ya se que estamos en mayo y que hace meses que debería haber escrito este post, pero las circunstancias y los acontecimientos no me han dejado ese remanso de paz que necesito para dedicarme a revivir con todos vosotros nuestro viaje). Dicho lo cual os diré que cogimos nuestro vuelo a media mañana de un soleado sábado de febrero desde Málaga con destino Stansted Airport.
Hay muchas críticas en las redes sociales sobre este pequeño aeropuerto del norte de Londres, a casi una hora de tren (express) de distancia de la capital londinense: malas experiencias con sus servicios, con la amabilidad de sus trabajadores y sobre todo con el control aduanero. Pero en nuestro caso no tuvimos ningún problema, aunque es cierto que hay con ir con tranquilidad y paciencia para hacer el control de pasaportes.
Una vez dentro, con nuestro equipaje de mano, compramos el billete de tren express a Londres, en concreto hasta Tottenham Station. Es un tren rápido que tarda una hora en hacer el trayecto y tiene un precio de 48 libras ida y vuelta para dos personas.
Al llegar a Tottenham, compramos en la taquilla la tarjeta de metro Oyster card (que os la recomiendo). Es cómoda de utilizar, fácil de recargar y al volver se devuelve la fianza y el saldo que tenga sin gastar. Eso sí, es importante hacer esta gestión en alguna estación de metro grande y no esperar al aeropuerto o a la estación de Tottenham porque allí no se puede hacer ese trámite.
Una vez solventado el tema del transporte, llegar a nuestro pequeño hotel de la zona de Candem no fue nada complicado. Bien situado junto a una gran estación como es Saint Pancras Internacional Station, tenía buena comunicación con las principales estaciones de metro del centro de la ciudad.
Tras un largo día de viaje, aún sin haber podido comer nada, hicimos una merienda cena en un coqueto bar italiano junto al hotel y decidimos aprovechar las vistas nocturnas de la ciudad, sobre todo paseando por la zona del río Támesis y disfrutando de un maravilloso Skyline iluminado, que nos anticipaba lo que íbamos a disfrutar y a visitar al día siguiente.
Como buenos turistas, empezamos el domingo bien temprano con un buen desayuno, incluyendo el famosísimo y calórico desayuno inglés que yo no soy capaz de meter en mi cuerpo a las 7 de la mañana por mucho hambre que tenga.
A continuación, y con amenaza de lluvia (se había pasado toda la madrugada lloviendo), emprendimos nuestro intenso día de turismo. Con ayuda de nuestra guía de viajes, habíamos planificado qué ver y hacer durante el día, y nos esperaban muchos planes en poco tiempo, ¿nos daría tiempo a verlo todo?
Nuestra primera parada fue Tower Bridge, una magnífica fortaleza que se alza junto al río y cuyo famoso puente es todo un símbolo en Londres. Pese la día gris y frío, pasear por la zona nos gustó especialmente, incluso con la visita inesperada de alguna ardilla, encargada de la vigilancia de los jardines y de hacer las delicias de los visitantes. Y es que una escapada romántica, en nuestro caso, no es completa si no hacen acto de presencia las adorables ardillas jajajaja. Y en Londres no iba a ser menos.
A las 11 am teníamos contratada una ruta guiada con Civitatis, así que en la catedral de Saint Paul comenzó puntual nuestro tour por la City de Londres, atravesando el puente del Milenio, famoso por sus chicles de colores que un artista local pinta con divertidos colores y diseños.
Al cruzar al otro lado del Tamésis, el Museo de Arte Contemporáneo (Tate) nos recibe con un edificio industrial y moderno, que invita a su visita, aunque no pudo estar en nuestros planes en esta ocasión. Caminamos por la zona más antigua, callejeando por zonas que aún conservan parte de su esencia.
Antes de llegar al actual edificio que alberga el Ayuntamiento de Londres, se puede entrar en alguna iglesia, pasar por el antiguo teatro de Shakespeare o incluso tomar algo en un auténtico pub inglés, que en nada se parecen a los que podemos tener en España.
Tras la ruta guiada de dos horas volvimos al metro, donde comimos algo rápido sentados en una estación, y nos dirigimos al centro de nuevo, ya que a las 15 pm teníamos previsto entrar a la misa que se oficia cada domingo en la Abadía de Westminster. Ese día no están permitidas las visitas turísticas, así que si se quiere entrar, debe hacerse al oficio religioso.
Avisados de este detalle, teníamos la firme intención de ver la Abadía por dentro y disfrutamos de una misa en inglés con música eclesiástica en directo mientras algunos rayos de sol hacían acto de presencia a través de las vidrieras de colores.
Fue un momento de tranquilidad y de disfrute que nos sirvió para reponer fuerzas y continuar con nuestra agenda prevista: subir a la noria, el Eye de Londres. Hay que ser conscientes de que es realmente caro subir, y que mucha gente considera que no merece la pena pagar ese dineral por 30 minutos viendo la ciudad a tus pies. En nuestro caso, era un gasto que teníamos ya previsto porque nos hacía ilusión subir.
Y no defraudó, el cielo casi despejado nos brindó un maravilloso y romántico atardecer con unas vistas impresionantes que nos hizo recrearnos en una ciudad que en tan solo unas horas nos había cautivado.
Al caer la noche, y siempre usando las múltiples líneas de metro, nos fuimos a Trafalgar Square, donde se concentraba el epicentro de la celebración del año nuevo chino, este año del cerdo.
Al llegar, una enorme pantalla permitía ver las actuaciones y exhibiciones del escenario colocado en el centro de la plaza. Los alrededores estaban todos adornados con cientos de farolillos rojos, banderas chinas y food trucks de comida asiática.
Lamentablemente los precios no eran nada populares, como en la mayoría de establecimientos de Londres, por lo que para comer algo rico y a buen precio tuvimos que callejear por el barrio chino y así además disfrutamos del gran ambiente festivo que había, con cientos de personas en las calles.
El ambiente en todo momento nos pareció bueno y seguro a pesar de la multitud y de no ir en todo momento bien ubicados con el mapa. A veces, perderse entre las callejuelas te permite descubrir la verdadera esencia de una ciudad.
Tras una cena ligera pero sabrosa, decidimos acercarnos hasta Picadilly Circus que a esas horas bullía de gente en la calle disfrutando de música en directo.
Al día siguiente, nuestro vuelo era por la noche de forma que teníamos la mañana del lunes disponible para aprovechar hasta el último momento de la ciudad. Así que tocaba reponer fuerzas y descansar un poco.
Tras nuestro desayuno, decidimos pasear a primera hora de la mañana por Hyde Park, un enorme pulmón verde en plena ciudad que invita a pasar horas y horas allí, y del que sólo pudimos disfrutar un poco. El sol nos quiso acompañar y las ardillas animaron nuestro paseo entre los arboles inmensos y los jardines llenos de flores.
Continuamos bajando por St. James Park hasta el Palacio Real donde cientos de personas ya se agolpaban en las inmediaciones a la espera de coger un buen sitio para ver el famoso cambio de guardia. Nosotros tras un rato esperando y haciendo fotos, decidimos desplazarnos a otro edificio situado en el lateral donde se oían fuertes gritos y voces y allí vimos a la guardia real prepararse y hacer todo el ritual para empezar el cambio de la guardia. Sinceramente, desde mi punto de vista quedarse allí horas esperando para verlo no merece la pena, con todo lo que tiene por ofrecer la ciudad. Al poco rato nos fuimos al British Museum, que sin duda, es una visita obligada si algún día vas a Londres.
Totalmente gratuitos, los museos que tiene la ciudad inglesa merecen todos la pena, y fue una lástima no disponer de más tiempo para ver alguno más.
Pero elegimos el Museo Británico por su colección de Egipto, Grecia y Roma. Es imposible ver el museo en unas cuantas horas en profundidad, por lo que aquí también tuvimos que ser selectivos.
A mediodía comimos en el mismo restaurante italiano donde habíamos cenado el primer día al llegar, junto a nuestro hotel y emprendimos el regreso hasta el aeropuerto. Sentados ya en el tren de vuelta, íbamos rememorando las intensas horas vividas en una ciudad que tiene infinidad de cosas que ofrecer y de la que solo nos llevábamos unas breves pinceladas y, aun así, nos íbamos encantados y entusiasmados, con la idea de volver con más tiempo. Un aniversario maravilloso.