
Resulta realmente difícil hacer un resumen de un año tan intenso como lo ha sido el que en unas pocas semanas se irá. El 2019 ha sido un año de grandes cambios y retos en mi vida personal y familiar.
El nacimiento de mi hija es sin lugar a dudas el acontecimiento del año, por varios motivos, pero sobre todo, porque llegó en un momento especialmente delicado a nivel familiar y ha servido de revulsivo tanto para los demás, como para mí misma.
A punto de finalizar el año 2018, como ya es tradición cada fin de año, escribí en un pequeño pedacito de papel las cosas negativas de las que me quería deshacer y lo quemé. Se iban así los malos pensamientos, las malas experiencias y los problemas o debilidades del año, para entrar al 2019 totalmente renovada.

Como cada año, escribí en otro pequeño trozo de papel lo que pedía para el nuevo año, siendo más exactos, lo que me pedía a mí misma para este nuevo año que estaba a punto de comenzar. Eso que escribí, hace tan sólo unas semanas que lo he desvelado, siendo un papelito secreto que iba junto a mí durante todo este año, recordándome una y otra vez, lo que allí ponía.
Valentía. Eso es lo que pedí, lo que me pedí a mí misma para el 2019. Valentía para afrontar un más que probable embarazo, valentía para dar a luz a mi bebé y valentía para afrontar todas las dificultades que a lo largo de doce meses me iba a encontrar.
Ahora, a punto de finalizar el año, me parece irónico recordar mis miedos de hace un año. Y sigo necesitando ese pequeño papel guardado en la funda de mi teléfono móvil, recordándome que debo ser valiente.
Ha sido un año con sus luces y sombras, pero es que a fin de cuentas, así es la vida. Algunas veces, tan maravillosa y sorprendente que te deja sin respiración, y otras veces, tan amarga y dura que te hace poner los pies en la tierra para ser conscientes de que no existe la felicidad absoluta, sino que la vida se compone de pequeños momentos de felicidad y que debemos disfrutarlos al máximo mientras podamos, porque luego será demasiado tarde.
Tempus fugit. Qué sabios eran ya en tiempos de los romanos.
Se acaba un año lleno de momentos mágicos, indescriptibles y maravillosos. Doce meses en los cuales no sólo nosotros hemos vivido cosas buenas, sino que nuestro entorno más cercano ha disfrutado de grandes éxitos profesionales y pequeños logros personales.
Sin embargo, el sabor amargo de las últimas semanas hace que este año esté marcado por las grandes pérdidas familiares, especialmente duras. En nuestro corazón, su recuerdo eterno nos hará pronto cambiar las lágrimas por una sonrisa.

Y aquí me veo, sentada dentro de tan sólo cinco semanas, escribiendo en un trozo de papel todo lo malo que he vivido durante el año para quemarlo y hacerlo desaparecer, para alejar de mí los días grises, mientras que, al mismo tiempo renuevo mis deseos para el año 2020.

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