Ya hace tres semanas desde que se declaró el estado de alarma y por tanto el confinamiento en casa.
Se nos presentaba una situación totalmente nueva e inesperada, encerrados en casa mañana, tarde y noche. Sin poder salir a respirar ni a sentir el sol en nuestra piel.
Muchos afortunados estamos teletrabajando en casa, con lo que eso conlleva. Dos personas al teléfono casi continuamente y un bebé de apenas seis meses que reclama la atención constante de sus padres.

Se hace complicado compaginar la faceta laboral con la familiar cuando estás recluido entre cuarto paredes de apenas 15 metros cuadrados.
Los primeros días se hicieron amenos dentro de la incredulidad y de la fase de «estar en casa mejor que en la oficina» pasando por momentos de negación hasta que hemos llegado a echar de menos salir a trabajar, desconectar del día a día al llegar a casa. Tener anécdotas que contar al caer la noche y sentir que interactúas con el mundo más allá de una pantalla.

Y benditas pantallas y tecnologías que nos permiten sentir cerca a quiénes tenemos lejos. Nunca había hecho tantas videollamadas como en estas tres semanas y como yo, media España está igual. Videoconectados en tiempos del Covid-19.
Pero empiezan a pesar los días, las horas… incluso teniendo la mayoría del tiempo ocupado por el trabajo, el deporte en casa a media tarde, el bebé y sus necesidades las 24 horas del día, la comida, la limpieza básica…las semanas se hacen largas. Supongo que todos necesitamos salir y despejarnos. Justo antes de declararse el estado de alarma estábamos planeando una ruta de senderismo con la niña. Qué ganas tengo de hacerla y perderme por el monte, y respirar, respirar mucho, ese aire frío de la sierra que nos llena de vida los pulmones.

No quiero ni imaginar lo lento que debe de pasar el tiempo para quiénes no tengan tantas obligaciones ni distracciones como nosotros. Aprovechar la cuarentena para limpiar a fondo, ordenar armarios y hacer esas cosas que siempre quedan aplazadas por falta de tiempo deja de ser un aliciente cuando ya vamos por la tercera semana. Y es que se dice pronto pero se hace pesado.
Muchos han empezado nuevas aficiones y han descubierto el fascinante mundo de los bizcochos y el pan casero. Prueba de ello es que las estanterías de los supermercados están sin harina ni levadura. Hasta mi pequeño sobrino se ha animado ha hacer su bizcocho con receta propia y todo 😁. Y es que ahora más que nunca tenemos tiempo. Tiempo, esa palabra tan valiosa que ahora nos permite valorar más las pequeñas cosas.


Aunque yo sigo teniendo estanterías que ordenar, armarios que revisar y libros que leer. Además, hemos creado un campeonato de apalabrados entre amigos, aprovecho para leer post de blogs de amigos, pasamos algunos ratos dibujando mandalas y aún así creo que tendremos que esperar varias semanas más para abrazar a los nuestros. No nos queda más remedio que soplar velas en la distancia, mandar besos y abrazos virtuales y aguantar dándonos ánimos entre todos.


«Tener anécdotas que contar al caer la noche y sentir que interactúas con el mundo más allá de una pantalla»
¡Ay, cuánta verdad! Es curiosa la cantidad de pequeños momentos que van regando nuestros días de identidad y ahora se han quedado más destemplados. Nuestros universos se han hecho más pequeñitos. Eso sí, en el mi diagrama de ámbitos vitales, el tiempo en pareja ha pasado de bronce a oro,jaja
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