Y no, no es un error, aunque en un primer momento la palabra confinamiento para algunas personas de mi entorno era nueva, ahora ya se ha convertido en una palabra habitual. Sin embargo, hay a quién le cuesta decir que está confinada y lo confunde con estar confitada…

Oye, que al principio tenía su gracia y la intentaba corregir, hasta que me di cuenta de que tenía toda la razón del mundo. Estamos confitados.
Qué no? Entre tantos bizcochos, roscos de Semana Santa y postres de todo tipo lo difícil sería no acabar confitados.

Y es que por mucho que intentemos mantener una rutina sana tanto de alimentación como de deporte, es prácticamente imposible hacerlo de la misma manera que si tuviéramos nuestro ritmo diario de entradas y salidas a casa.
No es lo mismo comer algo a media mañana en la oficina, una pieza de fruta, tu botella de litro y medio de agua y llegar a casa con el hambre justo para almorzar que tener la nevera a dos pasos de tí, llamándote cada vez que te levantas a por agua, ofreciéndote cosas para picar a la hora de la tapa, por no decir del segundo desayuno a las 10.
Y aunque no quieras, llega la hora de la merienda y el cuerpo te pide un té con galletas o con bizcocho (que sí, que sé de sobra que tienes uno recién hecho) además de alguna pieza de fruta, que a mí eso siempre me apetece.

Viendo el ritmo al que me estaba confitando, decidí iniciar como otros miles de españoles, la rutina de hacer deporte en casa. Combino clases virtuales de pilates y otras de fitness de una duración de unos 30 minutos que más que para quemar calorías me sirven para quemar los malos pensamientos, agotar mi cuerpo y despejar mi mente. Que no es poco.

Y, más o menos confitada, acabaré está cuarentena como muchos otros, deseando poder volver a salir a caminar, a respirar aire puro y volver a la rutina que paradójicamente tanto se echa de menos.
Cuánta razón, estamos confitados en confinamiento.
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