Llevamos ya un par de semanas saliendo a correr de forma frecuente, casi diaria, tanto mi marido como yo, en un intento por mantener la forma física y la cordura en estas largas semanas de pseudoconfinamiento y cierre perimetral.

Hemos empezado el mes de diciembre con el ánimo renovado y la energía suficiente como para salir a quemar calorías mientras despejamos la mente de los problemas en el trabajo, de los días largos con nuestra hija pequeña o de las preocupaciones que nos asaltan en estos últimos meses. Salimos a correr media hora y se nos renueva el ánimo.
Siempre se ha dicho que hacer deporte es una excelente forma de mejorar el estado de ánimo, además de las obviamente saludables rutinas para nuestro estado físico. El cuerpo libera, mientras hacemos deporte, las famosas endorfinas que nos hacen sentir realmente bien tras la actividad física.

Personalmente, tras unas semanas especialmente difíciles, con un estado de ánimo bastante apático, de repente sentí que me apetecía salir a correr. Yo, que jamás he salido a correr de forma rutinaria, sino más bien, cómo algo puntual participando en alguna carrera popular y poco más. Lo mío es salir a caminar, subir montes y sentarme en la cima a contemplar las inmensas montañas, oír el canto de los pájaros y disfrutar del silencio.

Pero este año 2020 no ha sido un año muy propicio para salir de rutas de senderismo primero porque nuestra hija es muy pequeña y segundo porque hemos pasado medio año confinados. Aún así, hemos podido hacer caminatas que siempre sientan bien y estimulan mucho.
Y de repente, el cuerpo me pide correr. Salir a respirar y quemar energía al ritmo de la música. Así que nos propusimos una rutina de salir a correr varios días a la semana a un parque cercano a casa, dónde suelo ir a pasear y dónde caminaba dando vueltas repetitivamente cuando estaba a punto de dar a luz.

Ni siquiera los recientes días de lluvia han sido una excusa para no cumplir con nuestro reto personal y el domingo por la tarde, aprovechando un leve descanso en la lluvia que caía copiosamente durante todo el día, salí a correr llena de energía.
Si no habéis ido a correr un día de lluvia, os lo recomiendo. El suelo mojado hay que pisarlo con cuidado sobre todo si aún quedan hojas en el suelo, cómo es el caso, pero el olor de la tierra y las hojas mojadas junto con el aire puro y limpio, hacen que sea una experiencia maravillosa.

Apenas había nadie por la calle, todo el mundo debía de estar en sus casas, acurrucados calentitos en sus braseros y estufas, viendo alguna película o durmiendo la siesta. Yo, sin embargo, luchaba contra mi propia mente para alcanzar las vueltas previstas y llegar a los kilómetros deseados.
Cuando llevaba tan solo una vuelta, el cielo se volvió a oscurecer y empezó a llover de nuevo. Había dos opciones, volver a casa antes de acabar empapada y con riesgo de pillar un resfriado o continuar corriendo bajo la lluvia intermitente. Correr bajo la lluvia es una gozada, siempre que no sea un chaparrón, claro está, pero bajo una lluvia fina hacer deporte puede ser muy gratificante.
Al final del recorrido, el cielo quiso recompensar mi esfuerzo y entre las nubes negras apareció un rayo de sol cálido que dibujó un precioso arcoiris a mis espaldas. A los pocos minutos, de nuevo llovía intensamente mientras yo me relajaba bajo una ducha bien caliente.
