En la costa granadina, a unos 40 minutos de la capital nazarí, encontramos este anejo de Motril, Calahonda, un pequeño paraíso para buceadores y amantes del mar.

Se trata de una parte de la costa cuya playa es de pequeños chinos redondeados que hacen del fondo marino un lugar limpio y transparente. Bañarse en la orilla en un agua tan turquesa es una verdadera gozada, aunque el día que fuimos estaba muy fría el agua. Soplaba viento suave al principio y había olas que rompían a nuestros pies, entre la risa nerviosa y divertida de nuestra pequeña Emma.
Junto al peñón, un continuo ir y venir de lanchas neumáticas transportaban mar adentro a grupos de buceo que se disponían a descubrir un fondo marino lleno de vida y color. Salpicaban nuestra vista panorámica pequeñas embarcaciones de pescadores que hacían de la estampa una preciosa postal de verano. La calma y la serenidad se nos impregnaba en la piel y en la retina.


El Hotel Embarcadero de Calahonda era nuestro alojamiento, justo pegado a la playa, con un magnífico trato y una excelente ubicación, estaba ese fin de semana lleno de visitantes, en su mayoría de fuera, que disfrutaban de unos días de relax justo al mar.
Tan cerca de casa y al mismo tiempo, tan desconectados de todo, disfrutamos de un estupendo fin de semana que nos sirvió para reponer energía y despejar la mente.

Tras la mañana de playa, tocaba ir a comer y para ello nos habían recomendado el chiringuito verde que hay en mitad del paseo de la playa. Ignorando otros más cercanos al hotel, hicimos caso de las recomendaciones y reservamos una mesa en el exterior para comer pescaíto frito y pulpo asado a la brasa. Realmente fue un acierto y una recomendación acertada. Un trato cariñoso y familiar y una comida excelente. La relación calidad precio muy buena también. Y para quiénes no sepan el nombre del chiringuito decirles que se llama asador Calahonda.



Las últimas horas de la tarde nos regalaron unos rayos de sol que parecían teñir de oro las rocas y envolvieron en un ambiente cálido el paseo marítimo. Disfrutamos de un agradable atardecer junto al mar, aprovechando para hacer algunas fotos y despedir un gran día de relax.



A la mañana siguiente, el intenso olor a mar y la suave brisa marina fueron nuestros compañeros mientras desayunábamos sobre la arena. Viendo las gaviotas revolotear sobre los barcos pesqueros, mientras los primeros rayos de sol aparecían tímidos entre las pequeñas nubes que cubrían parte del cielo.
Desayunar en la playa es una gozada, solos, viendo despertar el día, cuando los primeros visitantes bajan a la terraza de la cafetería del hotel y los chiringuitos comienzan a acondicionar sus establecimientos.

El día de playa prometía ser espectacular.