La localidad almeriense de Mojácar es famosa por ser epicentro de fiestas, noches de desenfreno juvenil y por sus discotecas y clubes a pie de playa.

Sin embargo, nuestra experiencia de viaje familiar ha sido muy buena. Hemos pasado una semana alojados en un hotel a pie de playa, ubicado al final del paseo del Mediterráneo, donde predominaban las familias con niños.
La playa en esa zona, de arena amarilla y fina invitaba a pasar las horas jugando a hacer castillos y figuras con los moldes y gracias al pequeño espigón, el mar forma una pequeña cala donde hay poca profundidad y las olas no son grandes. Así, bañarse con niños pequeños, es mucho más seguro.

Las instalaciones del hotel, con varias piscinas y zonas de césped invitaban a pasar las tardes tumbados al sol leyendo, nadando o jugando en la piscina de chorros.
Para amenizar la estancia, como todos los complementos de playa, realizan actividades de animación para los niños y los adultos así como noches temáticas con música. Para nuestro gusto, dejaba mucho que desear pero tampoco era algo que nos hiciera especial ilusión.

Nuestros días de relax con sabor a mar y sal han transcurrido tranquilos, después de un buen desayuno en el buffet del hotel bajábamos temprano a la playa hasta un rato antes del mediodía, hora en la que subíamos a la habitación del hotel para ducharnos y salir a comer por los restaurantes de la zona.





Sin ninguna referencia ni recomendaciones previas, estuvimos mirando varios restaurantes y tenemos que decir que, en todas las ocasiones, la elección fue acertada. Junto al hotel raciones de pescado fresco y delicioso a un precio muy bueno, a pocos metros, hamburguesas de varios tipos a un precio excelente y el día que decidimos retirarnos un poco más, fuimos al centro comercial abierto de Mojácar playa, donde comimos en un restaurante muy elegante una rica ensalada césar y un calzone, sentados en cómodos sofás con cojines de colores tropicales y con una Alhambra bien fresquita.
Las cenas, después de pasar la tarde en la playa, las hemos hecho en la terraza de nuestra habitación, disfrutando de las maravillosas vistas al mar, saboreando cada atardecer que era amenizado por la música que desde la zona de la piscina nos llegaba.
La luna llena nos despidió la última noche mientras tomábamos unas sidras en el silencio de la noche mientras nuestra pequeña descansaba plácidamente en la cama.

Habíamos reservado la mañana del jueves para ir a visitar el pueblo de Mojácar, situado en plena montaña elevado sobre diversas colinas en formas de pirámides que desde el mirador de la entrada del pueblo se visualizan claramente. El mar como un inmenso espejo azul iluminaba el horizonte en una calurosa mañana donde el paseo por las calles estrechas y pintorescas se hacía muchas veces difícil sin hidratarse. El casco histórico está lleno de tiendas de artesanía, artículos de regalo y souvenirs, salpican las paredes y las calles blancas buganvillas de colores y geranios que salpican de vida las callejuelas llenas de visitantes.
En la parte más alta del pueblo, en el mirador del Castillo tenemos unas estupendas vistas. Destacan también la iglesia y el pórtico de columnas que hay a sus espaldas aunque la presencia de la terraza de un restaurante en su interior estropea un poco su vista.
Con ganas de refrescarnos volvimos a la playa, donde los días eran más agradables y con una temperatura magnífica. Recomendamos ir al pueblo de Mojácar mejor por la tarde noche, para cenar en alguna de sus maravillosas terrazas con vistas y no pasar tanto calor.






Quiénes quieran descubrir un poco más de la zona, tienen muy cerca playas vírgenes, torreones de vigía junto al mar y cuevas para los más aventureros.
Nuestra pequeña se despidió de la semana de playa jugando en el barco pirata de juegos infantiles, tirándose por los toboganes, subiendo por el rocódromo con ayuda de su padre y paseándose en el columpio. A esa hora de la tarde, lo tenía entero para ella sola. Una gozada.
