Despejar el cuerpo y el alma

Ha sido una semana especialmente difícil. Una sucesión de acontecimientos han ayudado a convertir esta segunda semana del mes de noviembre en un periodo duro, de esos que dejan huella y que año tras año, me asaltará desde el calendario, implacable en su recuerdo.

Hace dos años del fallecimiento de mi padre, aniversario triste, melancólico y doloroso, que incluso aunque pase el tiempo me sigue pesando. Su recuerdo está siempre conmigo, en las cosas más pequeñas e insignificantes, haciéndome revivir sus palabras, sus anécdotas e incluso su sonrisa. Mientras siga ahí, presente en mí, día trasa día, estará a salvo del olvido.

Dicen que las personas no se van del todo mientras no nos olvidemos de ellas. Y en el aniversario del día que nos dejó, tanto familiares como amigos me han arropado y consolado en su recuerdo, haciendo imborrable su memoria.

Por casualidad del destino, el mismo día mi mascota Trufa, un precioso gato que lleva conmigo casi diez años, también se ha ido, dejando un gran vacío en nuestro hogar y en nuestros corazones.

Tras varias semanas de enfermedad ahora descansa tras una vida plenamente feliz, siendo el rey de la casa. Ha vivido largos años y no quisimos alargar su sufrimiento más de lo necesario.

Se juntan en el mismo día acontecimientos muy tristes que aunque uno quiera estar fuerte, a veces nos sobrepasan. Por ello, es necesario buscar una vía de escape que nos haga sanar la mente, despejarnos y recuperar el equilibrio emocional.

En mi caso, sin lugar a dudas, eso lo consigo saliendo de ruta a caminar kilómetros por el monte, sacando todas las malas vibraciones y sentimientos negativos en cada cuesta empinada, liberando mi mente en cada subida, llenando de aire puro mis pulmones en cada pausa, disfrutando del paisaje y poco a poco llenándome de vida.

A pesar del agotamiento físico al terminar la ruta, la caminata logra ser muy satisfactoria cuando ves culminado con éxito el camino y la mente vuelve despejada y renovada.

En esta ocasión hemos ido por la ruta circular de Cenes de la Vega, siendo el punto de partida el puente blanco situado junto al polideportivo de Bola de Oro. Por delante, cuatro horas de senderismo entre tajos, pinares y viñedos.

Tras avanzar unos kilómetros por la conocida como Ruta del colesterol, nos hemos desviado a la derecha, justo en la intersección del primer puente de madera del Río Genil. Avanzamos varios minutos por detrás de las huertas de Cenes de la Vega hasta llegar a la gran subida, justo a mano derecha.

Se trata de una cuesta empinada con varios metros de desnivel. Hay que hacer paradas técnicas hasta llegar a subir a los pies del Restaurante El Balcón del Genil. Continuamos varios kilómetros bordeando los tajos con unas maravillosas vistas sobre las poblaciones cercanas, Sierra Nevada y Granada al fondo.

Tras una pausa para reponer fuerzas, hemos continuado por los pinares que a mano izquierda conducen al sendero de regreso. Ahora vemos los tajos desde abajo y en la distancia. Hemos cogido piñas secas y hojas de otoño con los niños y en un rato estábamos de nuevo a la altura de la carretera que conduce a la localidad de Cenes de la Vega.

El regreso se hace bordeando el monte, siguiendo el transcurso de la carretera en dirección de nuevo al punto de origen. Algunas pendientes más pronunciadas nos indican que la ruta no ha terminado aún. Cuando llegamos de nuevo a las huertas hemos completado el recorrido circular y ya volvemos por el paseo del colesterol, siguiendo nuestros propios pasos. Un total de 11’35 kilómetros en cuatro horas, de las cuales una ha sido para las pausas y descansos.

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