Tras varios años sin poder ir de viaje por la pandemia, este año hemos podido disfrutar de unos maravillosos días de desconexión en familia. Coincidiendo con nuestro reciente quinto aniversario de bodas, era la excusa perfecta para organizar algo especial, por lo que organizamos una escapada de tres días a la ciudad de Valencia.

Quién ha dicho que con niños pequeños no se puede hacer una escapada romántica? Una reserva especial, la decoración con velas, una guirnalda de luces formando un corazón sobre la cama, un mensaje escrito en el espejo, una nota de amor sobre la mesa y una botella de cava bien fría para brindar por muchos más años juntos. Y nuestra hija, lo mejor de nuestra vida, con nosotros, dispuesta a pasar unos días estupendos descubriendo cosas nuevas.

Valencia nos recibió con una temperatura magnífica, con sus playas de arena fina y un agua cálida que invitaba a nadar hasta el anochecer. Las tardes jugando en la orilla con nuestra hija, haciendo figuras de arena y agujeros, fueron el mejor momento para descansar de las mañanas tan intensas que tuvimos.

Nuestro hotel estaba situado a pocos minutos de la zona del Oceanografic, en la playa del Saler y a escasos minutos de La Albufera, y eso nos permitió hacer planes muy diferentes cada día.

La visita al Oceanografic es sin duda uno de los grandes atractivos de la ciudad y los niños disfrutan muchísimo descubriendo el mundo animal marino a través de los diferentes pabellones y zonas tematizadas del acuario. Destacan quizás por su importancia las tortugas autóctonas de La Albufera que se está intentando recuperar. Por su impresionante tamaño las ballenas beluga, juguetonas y magníficas. La exuberante belleza de los pájaros tropicales y por su puesto, hay que destacar las especies más curiosas que habitan nuestros mares, como el cangrejo araña que sólo vive en aguas japonesas. Nosotros, además, tuvimos la suerte de ver cómo alimentaban a las rayas, una experiencia realmente única.

Varios túneles bajo el agua permiten ver cientos de peces y tiburones que llegan a impresionar por su tamaño. Y entre ellos, moviéndose con calma, rayas y tortugas marinas.
Mención especial tienen también las medusas, cuyos colores, formas y tamaños llegan a ser realmente impresionantes e hipnóticas en su baile acompasado de luz, como seres mágicos.

Tras una mañana muy intensa visitando animales, la tarde la dedicamos a bañarnos en el mar, hacer castillos de arena y a apurar las horas de sol en la terraza chill out del hotel tomando vermut. Bajamos a cenar a uno de los estupendos restaurantes que había junto al hotel. Un buen pescado a la plancha, ensalada y carne al ajillo para reponer fuerzas.




Junto al Océanografics, a pocos metros, los maravillosos edificios de la Ciudad de las Artes y las Ciencias y el Hemisferic destacan sobre el Skyline de la ciudad. Estuvimos paseando por la parte alta, disfrutando de las vistas y asombrados por la arquitectura de los edificios. Calatrava es un arquitecto muy controvertido cuyas obras tienen bastante mala fama por diferentes motivos técnicos, pero he de reconocer que estéticamente son una maravilla. (Descubre más obras del arquitecto).


El sábado teníamos planeada una ruta guiada mediante un free tour por el centro de Valencia. Aunque no íbamos con el tiempo necesario para hacer turismo como tal, no queríamos dejar pasar la oportunidad de conocer los datos más importantes de una ciudad para mí totalmente desconocida.(Descubre más de la historia de Valencia).


Mery nos explicó durante dos horas y media los hitos históricos más destacados de la ciudad, sus monumentos más importantes y nos comentó curiosidades sobre una ciudad que tiene mucho que ofrecer al visitante.
El parque Gulliver es de visita obligada para descubrir una zona verde construida sobre el cauce del río Turia, actualmente desviado. Un espacio natural creado para deleite de los ciudadanos y de los visitantes, de varios kilómetros de longitud, que vertebra la ciudad.
Personalmente me impresionó el mercado central por su arquitectura muy parecida a la boqueria de Barcelona y la Lonja de la Seda, cuyo interior se nos queda como pendiente para la próxima visita. (Descubre otros monumentos que no te puedes perder en Valencia).


Tanto caminar nos abrió el apetito, así que en un pequeño carro de madera compramos un vaso de horchata muy fría y un fartons. Una deliciosa y refrescante bebida natural muy típica de la zona hecha con chufa y un bizcocho alargado que es típico mojarlo en la horchata. A la hora de comer teníamos reservada una mesa en un estupendo restaurante junto a la playa de la Malvarrosa, para degustar una exquisita paella de marisco. La paella valenciana original y auténtica es de pollo, conejo, habichuelas verdes y garrofó (tipo de chícharo) y no se parece en nada a lo que se ofrece en otras zonas de España bajo la denominación de auténtica paella española. Tradicionalmente, según nos explicó Mery, los valencianos la hacían con otro tipo de carne, con rata de agua que es un animal parecido a la nutria. En algún restaurante de la zona de La Albufera se ha recuperado como una delicatessen.


Tras la paella valenciana tradicional, tenemos muchas otras variedades, entre ellas la que comimos nosotros, de marisco. Hay arroces melosos y caldosos para todos los gustos.
Y puedo certificar que nunca me he comido una paella tan rica como las que he probado en la Comunidad Valenciana. Y nuestra hija dió buena cuenta de la nuestra repitiendo varias veces para nuestra satisfacción.
Por otro lado, no debes irte de la ciudad sin probar la famosa agua de Valencia, un cóctel a base de zumo de naranja y cava, aunque nosotros en esta ocasión no lo hicimos. (Descubre más sobre el agua de Valencia).
La tarde del sábado la aprovechamos para bañarnos y tomar el sol en la playa de la Malvarrosa y a media tarde, emprendimos el camino para La Albufera con la idea dar un paseo en barca.

Desde el embarcadero, una barcaza de madera nos llevó por los cañizos donde pudimos ver garzas, patos de distintos tipos, gallinitas de agua y otro sinfín de avez acuáticas. El barquero, un hombre mayor, con la piel curtida bajo el sol, amablemente nos explicaba curiosidades sobre las aves, las tradiciones de la zona y sobre las barracas, esas construcciones tan típicas de La Albufera que me resultaron tan bonitas. Actualmente ya sólo se mantienen las barracas antiguas construidas antes de que fuera declarado Parque Natural. (Descubre más sobre las barracas de La Albufera).


Sentir el sol y la brisa en nuestra piel mientras nuestro horizonte se perdía entre la vegetación y el agua de la laguna, fue una maravillosa forma de despedir la tarde de nuestro último día en Valencia. Con las pilas recargadas, relajados, serenos, llenos de nuevas experiencias y con la satisfacción del tiempo disfrutado en familia, emprendimos el regreso al día siguiente tras un copioso desayuno. Hasta pronto Valencia.
